Nada es ley ni frontera
cuando tus latidos se aceleran
y dejas que mi mano los sienta
al fuego de tu pecho.
Toda ropa huye siempre,
tan sabia como ardiente,
si me desafías al filo
con el Blues de tu mirada.
Cada segundo es pura adicción
cuando me hechizas
con la guitarra eléctrica
que te abrasa por dentro
y te incendia por fuera.
El descaro es solo la chispa
de la rebeldía proscrita e insaciable
con la que burlamos ávidos
a la teoría de la gravedad.
Son las cuerdas de tu bajo envolvente
las que me gritan que el ritmo no pare
mientras la fuerza de tus rifts
claman a mi púa por más punteo.
Y nuestra banda hipnotizada sigue
reinventando tiempo y relatividad,
desbordada en cada nota
y unida en cuerpo e instrumento.
Y no ceja virtuosa
en entrega y en sincronía,
porque sabe de rollazo
del bárbaro,
porque sabe de la épica,
brutal e inminente,
del final aunado de nuestra canción.
Arturo Maciá. (Extraído del libro «CUANDO EL ALIENÍGENA… SE DESCUBRIÓ POETA»
