Al día siguiente, ya en la universidad, el profesor Robles llamó a Manuel a su despacho cuando acabaron las clases, quería saber si tenía que ver algo con la visita del “Harried” a las tierras de Catinfa. Tanto él como el resto de los profesores estaban nerviosos, algo gordo se estaba cocinando y querían saborear el caldo, dicho a groso modo. Manuel ya estaba con la idea hecha, sabía que tarde o temprano le iban a llamar para saber más sobre el tema, así que con la cabeza bien alta se personificó en el despacho donde le esperaban los profesores.
—Hola Manuel, suponemos que sabes el porqué te hemos llamado —dijo Robles.
—Supongo.
—¿Cómo has conseguido que vaya el “Harried” a investigar Catinfa? —preguntó Lombard.
—No lo sé, supongo que alguien más sabrá sobre la piedra sagrada y quieren probar el helicóptero.
—¿Pretendes que nos lo creamos? —le preguntó Santos
—¿Cuántas mentiras me habéis contado vosotros?
En ese momento hubo un momento de silencio y los tres profesores se quedaron mirándose. Manuel dejó caer la mochila con los libros, cruzó los brazos y los miró a los tres de una manera un poco vengativa. Ahora era él quien iba a hacer las preguntas.
—No os voy a decir nada hasta que no me respondáis vosotros, sin mentiras, a ciertas cuestiones. Profesor Santos, ¿seguro que lo sabes todo sobre Catinfa?
—Bueno, todo… seguro que algo se me escapa.
—¿Qué “algo” se te escapa? —le preguntó Lombard mientras Manuel y Robles le miraron a la cara.
—Pues algunos detalles que seguramente no sé por falta de información.
—Una información que desapareció de la biblioteca de la villa que teóricamente debería de estar en la provincial y que por algún motivo estúpido no está en ningún sitio, ¿verdad profesor? —contestó Manuel.
Los tres se le quedaron mirando al profesor Santos con cara de pocos amigos. En ese momento Manuel recibió una llamada de un número desconocido, era el profesor Martín, al cual saludó delante de los tres profesores. Santos se apartó un poco y se puso algo colorado mientras que Manuel puso el altavoz.
—Me encuentro ahora mismo con los profesores de la universidad hablando del “Harried”.
—Don Alejandro Santos del Valle, ¿se encuentra usted ahí? —preguntó Martín con cierto tono.
—Sí, sí, ¡cuánto tiempo sin vernos!
—Profesor Santos, ¿tiene algo que decirnos referente a esa información que falta en la biblioteca provincial? —preguntó Lombard a la misma vez que le miraba Robles.
—Profesor Santos, diga la verdad y no siga con su película, le recuerdo que no está en la cárcel gracias a mí —contestó Martín a la vez que le miraban todos y tragaba saliva.
El profesor Santos estaba acorralado, ya no podía seguir mintiendo, o contaba la verdad o corría el riesgo de ir a la cárcel por obstrucción a la investigación.

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